En algún momento en mi carrera, conocí una empresa en la que el gerente
general, un expatriado norteamericano, tenía un estilo personal demasiado
fuerte. Era impositivo, orgulloso,
sabelotodo, infalible, humillador e irrespetuoso. Parecía nutrirse al ver a los colaboradores
temblar ante su presencia, y no titubeaba en descalificar públicamente a
aquellos cuyos puntos de vista diferían de los suyos. Tal vez este caso real sea caricaturesco,
pero retrata muy bien la figura de un ególatra.
Este gerente había ascendido por sus logros en el negocio, y en el
proceso de ascenso, probablemente fue creciendo también en ego, apoyado por la
distancia geográfica de sus jefes quienes no vieron emerger sus comportamientos
negativos.
El ego puede ser un gran aliado para conseguir resultados: permite la
asertividad, refuerza la confianza en uno mismo, estimula el dominio propio,
desencadena el carisma personal de diferentes formas, y da energía para asumir
retos complejos, entre otras bondades.
En estos casos, podríamos asociar el ego a una autoestima saludable. Sin embargo, cuando no es controlado, puede
generar comportamientos como los del gerente expatriado, y otros parecidos o
aún peores. La autoestima es una gran
virtud, pero el ego demasiado grande es contraproducente.
Un gerente con un gran ego contribuye a la disminución del nivel de
compromiso de la fuerza de trabajo. Su
narcicismo, su utilización del poder asociado a su puesto, y su autoritarismo
hacen que su gente pierda el interés por explorar ideas diferentes, por poner
energía en proyectos que se perciben impuestos, y por permanecer en la empresa
en el largo plazo.
En muchas empresas, un gerente con un gran ego puede ser la causa de
muchos problemas. Sus acciones traen
energía negativa al ambiente de trabajo.
¿Cómo asegurar que mantenemos el ego bajo control? Aquí esbozo algunas ideas que pueden ayudar:
· Busque la retroalimentación con frecuencia, con
apertura y con humildad. Reflexione en
lo que se le dice para que mantenga el contacto con la realidad.
· Explore y viva su vulnerabilidad. Nada conecta más a la gente con un líder que
saber que se comparte la capacidad de vivir debilidades.
· Revise su rol de líder. Su papel debe ser para servir a la
organización, y para servir a su gente.
El liderazgo orientado al poder y la autoridad es un concepto de los
siglos pasados.
· Opte por ser uno más en su equipo. Arróllese las mangas con ellos,
literalmente. Haga el trabajo de
producción con frecuencia para que comprenda
lo que viven y de qué le hablan.
· Cuando vaya a tener una conversación con un
subalterno, prepárese, y asegure de buscar formas de asegurar la empatía y la
confianza con esa persona. Al final, pregúntele,
sin justificar nada, cómo le fue hablando con usted.
· Tenga la disciplina de mantener un espacio de
meditación. Todos los días. Esto le ayudará a conectar con lo mejor de
usted mismo, y a utilizarlo en su papel de líder.
· Hágase de un coach con quien pueda reflexionar sobre
este y otros temas, y lo acompañe a desarrollar la mejor versión de usted mismo
como gerente.
Para aquellos que quieran profundizar aún más, les comparto algo de la
sabiduría de uno de mis autores preferidos en este tema. Esbozo aquí sus recomendaciones:
Algunas
preguntas para la reflexión
1.
¿Conocemos gerentes con un gran ego en nuestro
ambiente de trabajo o en otro cercano? ¿Cómo caracterizamos su comportamiento?
2.
¿Conocemos a algún gerente que más bien tenga una
excelente autoestima que le permita generar resultados y liderar con éxito a su
gente? ¿Cómo caracterizamos su
comportamiento?
3.
¿Qué riesgo enfrentamos en esta empresa para caer en
la trampa de un ego desmedido?
4.
¿Cómo podemos apoyarnos, como equipo, para mantener
nuestra autoestima fuerte y nuestro ego bajo control?
5.
Y usted, a nivel personal, ¿qué cosa puede hacer
diferente hoy mismo?